domingo, 18 de diciembre de 2011

C.2 Parte 2

Capítulo 2.



-Al final va a ser cierto lo que se rumoreaba, aquella asistenta a la que despidieron realmente tenía una maldición tuya, y por eso ninguna de sus compañeras ha vuelto a pasar por aquí, ¿no?- Le dije con tono de reproche mientras chutaba una lata de Coca-cola light llena de colillas.- ¿Fumas?- Le pregunté elevando la mirada hacia sus ojos de ratoncillo.
-¿Yo?- Dijo ella divertida.- Que va, que va, eso es de un amigo que se pasa por aquí de vez en cuando, yo siempre le digo que lo deje, los misterios de  la vida son demasiado bellos  como para acortarla de forma tan tonta y perdértelos, ¿no crees?.
-Puede ser.- Le contesté poniendo los ojos en blanco ante su extravagante respuesta, lo que hizo que la extraña muchacha a la que había ido a visitar  comenzara a reír sin parar llevándose las manos al estómago,  que llevaba al descubierto y con una extraña espiral tatuada al rededor del ombligo.
-Intuyo que has venido por algo en concreto.- Dijo Luán poniéndose de pronto muy seria mientras tomaba asiento en una silla de oficina tras un gran escritorio de madera pintada de blanco y extraños símbolos casi imperceptibles en gris.
-Sí, podría decirse que sí.- Respondí con cautela mientras me sentaba en una silla de plástico en frente su escritorio.- Creo que eres de las pocas personas que creería lo que tengo intención de contarte, porque mis padre o cualquier amigo me habían enviado derechita a un psicólogo.- Continué incómoda, intentando ponerle un poco de sarcasmo al asunto para disimularlo.
-Soy toda oidos.- Me contestó mientras apoyaba la barbilla sobre los antebrazos y dirigía su mirada al vacío, dispuesta a escuchar el largo relato que se avecinaba, que daba la sensación de que ya conocía.
Le relaté mi peculiar historia con peros y señales, desde que era niña hasta ahora; Morfeo, sus palabras de consuelo, de amistad, cómo me había tratado siempre, como un padre a su hija predilecta, y sobretodo le conté con todo detalle mi último sueño : El tema de Leo, Morfeo enfadado y atemorizado a la par,  su reacción extraña, la aparición, mi incomprensible pánico, que ahora fríamente no entendía por qué lo había sufrido, la soledad que había caído sobre mi como una pesada losa, y la extraña sensación de sentirme traicionada , y a la vez que yo traicionaba los principios de algo al ver su rostro, o peor aun, a alguien. Cuando Luán, totalmente sorprendida, fue a hablar,  la campana del instituto resonó por los pasillos indicando el final del almuerzo y el comienzo del segundo turno de clases.
-Tengo que irme.- Dijo de pronto la misteriosa muchacha levantándose de golpe, haciendo tintinear las cuentas que llevaba en las rastas de la nuca, y cabizbaja y pensativa se escabulló hacia el lavabo de hombres, el más cercano, quitándome cualquier oportunidad de preguntarle nada. Así que zanjada nuestra extraña conversación, o más bien monólogo, ya que sólo hablaba yo  la gran mayoría del tiempo lo últimos diez minutos, me levanté y estiré las piernas que tenía ya entumecidas e imité a Luán, totalmente arrepentida de haber estado ahí con la extraña adolescente médium, a clase de literatura con mi mochila desgastada color burdeos al hombro y una losa todavía más grande que antes sobre la espalda.